Todos tenemos un lugar interior bañado de calma. Muy íntimo. Es ese lugar mágico con el que podemos conectar siempre que deseemos estar con nosotros, lejos del ruido humano que nos aturde a veces. El mundo es un gran teatro, o así lo veo yo. Bueno, así lo han sentido muchas personas antes que yo, no es nada nuevo.
En una obra de teatro, las escenas van cambiando, muestran a los personajes resolviendo conflictos, aprendiendo. O no.
Los animales tienen muy claro que esta vida solamente es una de esas obras ficticias. Se visten de perro, gallina, cucaracha o gusano y aprenden desde ese disfraz temporal. Y disfrutan haciéndolo. No son perro, gallina, cucaracha ni gusano; son almas experimentando desde ese prisma de colores únicos y diferentes a la anterior existencia. Ellos aman desde esa parte interior eterna.
Ellos viven conectados con ese lugar interior que a su vez les conecta con el Todo.
Y nosotros, humanos, para conectar con ellos, hemos de regresar a ese sagrado centro de calma donde nos sentimos de verdad, donde somos auténticos.
Ese es el único secreto.
